Cuando el tamaño del cuerpo de un ave es mayor, la frecuencia del canto tiende a ser más baja. Y cuanto más baja es la frecuencia, más fácilmente puede confundirse con el ruido generado por los seres humanos, señala el estudio.
"El ruido impacta de muchas formas en el comportamiento y supervivencia de las aves. Puede llevar a algunas especies a cambiar su canto para que pueda ser oído con más facilidad y puede causarles estrés, lo que podría afectar su reproducción", explicó Francis.
"En los casos evaluados en nuestro estudio, el ruido parece forzar a algunas especies a abandonar hábitats favorables porque no pueden comunicarse".
Cantos opacados
Es menos probable, por ejemplo, que especies con cantos de frecuencias bajas construyan nidos cerca de áreas en las que hay maquinaria ruidosa. De las especies estudiadas, las más afectadas fueron las más grandes como la tangara aliblanca migratoria, western tanager (Piranga ludoviciana), el picogrueso pechicafé, black-headed grosbeak (Pheucticus melanocephalus) y la huilota (Zenaida macroura)."Los resultados son sorprendentes porque las aves de mayor tamaño también suelen cantar más alto", dijo Francis.
Los pájaros más pequeños y con cantos de frecuencias más altas, como el gorrión ceja blanca, chipping sparrow (Spizella passerina), el carpodaco doméstico, house finch (Carpodacus mexicanus) y el colibrí barba negra, black chinned hummingbird (Archilochus alexandri) no abandonaron esos sitios con maquinaria, porque sus llamados se distinguían con mayor claridad.
El impacto del ruido puede ser más grave aún considerando que las aves más grandes tienen territorios más extensos y sus cantos deben ser oídos a distancias mayores.
Para entender el contraste entre frecuencias bajas y altas, se puede "pensar en un coro y en la diferencia entre la voz profunda del tenor comparada con la de una soprano", señaló Francis.
Dispersión de semillas
"Encontramos que dos especies sensibles al ruido dispersan semillas de pinos, un árbol dominante en áreas forestadas del oeste de América del Norte"
"Encontramos que dos especies sensibles al ruido, por ejemplo, la chara piñonera, pinyon jay (Gymnorhinus cyanocephalus), dispersan semillas de pinos, un árbol dominante en áreas forestadas del oeste de América del Norte. No sabemos con certeza qué impacto tendrá que estas dos especies de aves no estén presentes".
"La ausencia de aves grandes en áreas afectadas por el ruido podría tener además otras consecuencias ya que cumplen otros roles ecológicos, como la depredación o en el caso de los pájaros carpinteros, la apertura en los árboles de agujeros para nidificar, que luego son aprovechados por otras especies".
Para su estudio, Francis y sus colegas se centraron en un area del norte de Nuevo Mexico donde hay miles de pozos de gas natural y compresores para extraerlo y transportarlo en tuberías. La ventaja de realizar la investigación en esta área es que puede estudiarse el impacto del ruido sin la presencia de otros factores comunes en las ciudades como la contaminación de la luz o las colisiones con vehículos.
Los compresores funcionan las 24 horas cada día del año. El ruido que producen alcanza cerca de 80 decibeles, equivalente al sonido de una motocicleta a una distancia de 15 metros.
Francis espera ahora compilar datos sobre cerca de 200 especies de aves que viven en áreas afectadas por otras fuentes de ruido, como el tráfico.
El científico señala que pueden tomarse muchas medidas para reducir los niveles de ruido. "En el caso de fuentes estacionarias, como generadores, se pueden colocar barreras que aminoren la expansión del sonido. Un cambio que ya estamos viendo es el uso de carros eléctricos o híbridos, que generan menos ruido".
El estudio fue publicado en la revista científica online PLoS ONE.